Maestros

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miércoles, 7 de marzo de 2012

Claves del humor: Landrú (I)

Landrú posando junto al gato sonriente,
quien fue en muchas ocasiones espectador de lujo de sus chistes

Generalmente, al interesarnos en el humor gráfico, pensamos en o somos seguidores de un determinado autor, historieta o personaje. Sin embargo, existe un aspecto que, salvo excepciones, no suele ser encarado con asiduidad y es el referido a cómo se logra llegar a la situación humorística. Dicho de otra manera: ¿Cúales son los mecanismos que provocan la risa?; ¿Qué aspectos tienen en cuenta los profesionales?, ¿Qué creen ellos que es el humor?, ¿Cómo lo transmiten a través de un estilo personal?, ¿Cómo llegan a encontrar ese estilo?... y muchos etcéteras más.
Tal es la propuesta de la actual entrada, divida por su extensión en dos partes, y que se nutre en el presente caso de la palabra de uno de los grandes de nuestro humor gráfico: Juan Carlos Colombres (Landrú); esperando en el futuro poder incluir otros autores.
Este dibujante, nacido en Buenos Aires un 19 de enero de 1923 y ya retirado del oficio, ha tenido una singular capacidad para observar y retratar las diferentes clases de la sociedad porteña. Su apodo surgió del comentario que alguna vez le hicieran sobre su parecido con Henri Désiré Landrú, un asesino serial de mujeres francés y, curiosamente, muerto (en la guillotina) en la misma fecha de nacimiento de Colombres. De allí que el dibujante especulara con la posibilidad de ser su reencarnación…
Fue el creador a fines de los ’50 de unas de las revistas más célebres del humor político nacional: Tía Vicenta, además de participar en infinidad de publicaciones a lo largo de más de 50 años.
Pero por ahora no vamos a adentrarnos mayormente en la trayectoria de este hombre inteligentísimo.
La idea es, mediante fragmentos tomados de algunos libros dedicados a él, responder a las preguntas del comienzo gracias a sus propias reflexiones.
Por supuesto, las mismas tienen su costado subjetivo y se podrá acordar en todo o en parte con ellas, pero lo verdaderamente importante es que se trata de una enseñanza muy valiosa, a tono con la capacidad de su autor.

El humor

El humor es un rasgo de inteligencia porque generalmente la gente opa no se ríe, no entiende los chistes. La inteligencia es la memoria. La memoria es una característica de la inteligencia, por eso al cerebro lo considero un músculo. En la gente que no cultiva el músculo, el músculo se atrofia (…). Yo todos los días al pensar chistes hago trabajar la mente…

La risa

Al cumplir tres meses mi hija, descubrí una teoría: yo le mostraba el dedo y ella me lo agarraba. Lo mismo sucedía la segunda vez y la tercera. A la cuarta vez que intentaba tomar el dedo se lo sacaba, y se reía. En ese preciso instante comprobé que la risa es sorpresa, algo que aparece cuando no se lo espera (…). Siguiendo la lógica del absurdo, no es difícil descubrir que la vida cotidiana está plagada de discursos de esa naturaleza. Así, por ejemplo, es un disparate que una mujer diga: “Estoy esperando que nazca mi hijo para saber cómo se llama”. Para un humorista sólo se trata de escuchar esos discursos y de saber recrearlos.


El chiste

(…) Yo trato de pensar cúal es el chiste que quiere leer el público. Leo las principales noticias del diario, oigo la radio y digo: éste es el chiste. Lo elijo, lo llevo al diario, llevo varias opciones y me elijen una o dos, a veces no publican ninguno por falta de espacio, pero siempre van quedando.
Por lo general uno siempre tiene un límite de elección o buen gusto. Para hacer humorismo hay que tener en cuenta, también, de qué se ríe hoy la gente, porque un chiste que hace tres o cuatro años hacía desternillar de risa hoy no provoca ni una mueca.

Los dibujos

Refiriéndome al trazo de mis dibujos, que últimamente han sido definidos como “minimalistas”, debo decir que en los comienzos durante la época de la revista Don Fulgencio, hacía los dibujos a gran escala y con muchos detalles: vacas, pájaros, perros, gatos, vecinos, personajes secundarios, etcétera. Cuando los achicaban para imprimirlos, me daba cuenta de que todo se empastaba y quedaba demasiado barroco. De modo que fui optando progresivamente por la simplificación: una sola vaca, un pájaro y, naturalmente, el gato riéndose que se transformó en otra firma mía; al mismo tiempo empecé a dibujar el original del mismo tamaño en el que aparecería reproducido. Esto último, si bien exigió de mí una mayor concentración, me permitió encontrar una línea más austera.

Y otra cosa muy importante es que a veces, sin ser una crítica, hay algunos dibujantes que hacen un dibujo muy bueno, pero no se sabe si los personajes están en el campo, en la ciudad o dentro de una casa. Por eso yo siempre que dibujo un personaje le agrego la escenografía: si están en el campo agrego pajaritos, nubes, sol; si están en la casa siempre hago el piso, un cuadro, la pared, una mesa, para que sepan. Porque a veces el lugar donde están las personas está identificado con el chiste.

El humor político

(Sobre Tía Vicenta) Al principio la lógica del absurdo la llevé a la política y la gente no entendía esos chistes. Empecé a reparar en la actitud de los políticos y me fogueé en las revistas durante mucho tiempo (…). Todo mi trabajo se basó en la observación de la política (...). Quise crear un nuevo estilo. Hacía juegos de palabras, por ejemplo: en lugar de “Arturo Frondizi” ponía “Artizi Fronduro”. La gente cada vez se entusiasmó más con ese nuevo humor porque lo fue entendiendo (…).

Yo sabía que una revista no es una suma de notas, chistes y artículos, sino que debe materializar un espíritu. Cada dibujante tenía un estilo propio, pero el espíritu que nos unificaba estaba basado en la espontaneidad, el disparate y la falta de solemnidad, ya se tratase de la política o de los hábitos sociales.

Por mi parte, siempre descreí del humor oficialista. Pienso que el humor es necesariamente crítico y, si es oficialista, fracasa. Podría ampliar aún este enfoque, y decir que todo diario oficialista fracasa.

En el humor político hay que tener mucho cuidado para no herir susceptibilidades, por eso yo nunca hago chistes contra ni a favor, yo hago chistes sobre. Sobre una situación o sobre una persona, reconociendo siempre los costados críticos como una condición indispensable de su eficacia.

El humor político está igualmente limitado por el sentido de la oportunidad. La actualidad modifica los personajes que uno dibuja, y hasta puede decretar su muerte y anticipar el funeral.

Las diferencias entre el humor de invención pura y el humor político son enormes, y no solamente técnicas o formales. El humorista político, especialmente el de un diario, debe estar informado al detalle de todo lo que sucede. De lo contrario, no logrará jamás un verdadero impacto, podrá ilustrar una nota o producir chistes aislados, pero no generar efectos humorísticos cuya sutileza esté en relación directa con la cantidad y calidad de la información que maneja.

Trato de no hacer bromas hirientes, ni tampoco hago chistes cuando un político ha fracasado: espero en todo caso a que quiera volver.

Nunca critiqué a un tipo de clase baja, alta o media. Mis bromas estaban dirigidas a la gente, en general, que quería aparentar algo que no era.

El personaje

El personaje uno lo crea y es dueño de ese personaje. Por ejemplo, yo hago “el señor Porcel” o “Rogelio, el hombre que razonaba demasiado”, o la “familia Cateura”, que eran personajes que tenían mucho éxito en Tía Vicenta, y los hacía a mi manera. A los políticos los hago según las características de ellos…

El humor exige renovarse permanentemente, y saber que como los humanos, los personajes que uno crea tienen una vida limitada. Por eso siempre me he resistido un poco a la historieta, que fija los personajes en una supuesta eternidad mítica. Prefiero el chiste de un solo cuadro, que se alimenta de la realidad y permite renovarse permanentemente, aún cuando el dibujo o el estilo, como en mi caso, permanezcan más o menos invariables.

La caricatura

Desde ya que en la caricatura siempre se tiende a exagerar. El humor es una exageración de la realidad, y la caricatura tiene que ser una exageración de las facciones: a Frondizi que tiene la nariz un poco larga, hay que dibujársela más larga, a Mera Figueroa que usa bigotes muy largos hay que hacérselos larguísimos; a Alfredo Palacios, que andaba siempre de poncho y traje negro había que remarcarle la figura de compadrito, y a Perette que era muy petiso hacerlo enano…

(Para diseñar la caricatura) Primero, veo mucho las características. Cuando surge un nuevo personaje político estudio, miro varias fotos de él, lo miro por televisión y voy delineando los rasgos hasta que hago una caricatura.

Dibujo a los políticos siempre de la misma manera y en la misma posición para evitar la falta de parecido, toda posibilidad de confusión. El lector debe identificar de inmediato al personaje y el lugar donde se encuentra; si está en el campo, en una confitería o en la Casa Rosada. Si es el campo dibujo siempre la vaca o un árbol con un pájaro, si es la ciudad, un vigilante, las casas o la vereda…

Una vez que defino al personaje, insisto en los mismos rasgos, permitiéndome a veces algunas licencias (por ejemplo, a Cavallo, que tiene ojos grandes y redondos, se los dibujo como huevos fritos, lo cual acentúa más aún en el rostro ese aspecto perplejo y azorado).

Debe darse además un doble juego entre el conocimiento del político y el reconocimiento en la caricatura, pues cuando el lector no identifica de inmediato al personaje, el efecto del chiste se pierde. También hay que tener en cuenta que muchos lectores, aunque parezca mentira, desconocen las caras de algunos políticos más o menos relevantes (Jaroslavsky o Luis Zamora), aún cuando aparezcan asiduamente en la televisión; si yo hago un chiste sobre Luis Zamora para ser leído en un medio donde la gente no sabe quién es, el chiste no existe.




(Fuentes, al término de la segunda parte)