Maestros

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domingo, 23 de diciembre de 2018

Patoruzú: Su auténtico imaginario


Libro de Oro 1960


Acabo de leer un muy reciente artículo referido a la excelente muestra organizada por la Biblioteca Nacional en homenaje a los 90 años de Patoruzú, donde vuelve a manifestarse esa tendencia a la “tarjeta amarilla” hacia la imagen del famoso tehuelche. Es por ello que, desde mi lugar de lector, necesité tomar el teclado y ponerme a escribir sobre el tema: 

Diversos artículos de profesionales de amplia y muy valiosa trayectoria, han puesto en duda la ideología -o sospechado de los orígenes- de Patoruzú. Es llamativo que algunos de quienes así lo expresan no parecen haber disfrutado de una niñez dedicada a la lectura de historietas, o al menos eso es lo que sugieren sus maneras de referirse al indio: escasa emotividad y casi nulos recuerdos de tales lecturas. Además, probablemente, no serían capaces de dibujar como su autor, y mucho menos escribir decenas de guiones inolvidables, todos con una gran intensidad de trabajo. ¿No es este de por sí un merito suficiente como para respetarlo un poco más? 

Para algunos de ellos Patoruzú es fundamentalmente objetivo de estudio sociológico antes que un personaje querible producto de una infancia feliz donde cada ejemplar del semanario o de Andanzas era aguardado con sana ansiedad. En este sentido, son mucho más autorizadas las opiniones de artistas como Caloi y Fontanarrosa, prestigiosos desde lo intelectual, grandes dibujantes conocedores del oficio, auténticos lectores de la obra de Dante Quinterno y admiradores de la figura de Patoruzú. El Cacique ha superado en mucho y para bien, no solo el pensamiento de su creador, sino lo que este eligió expresar a través de su personaje. ¿Es entonces el indio un reprochable terrateniente, propulsor de una idea conservadora o intolerante? En absoluto. Si quienes definen al terrateniente como aquel empresario que solo piensa en sumar millones ninguneando a sus empleados, evitando a su vez pagar impuestos y dueño de una total insensibilidad social, nuestro cacique está en las antípodas de tal actitud. Patoruzú no piensa ni tiene como objetivo de vida sumar dinero o poder. Patoruzú es millonario a pesar suyo y seguiría siendo un hombre feliz y, lo que es más importante, regalando sonrisas y afecto al otro, aún sin un solo peso en sus bolsillos o en el banco. Esa es su verdadera riqueza... Pero, billetes en mano y para dolor de cabeza de su padrino Isidoro, dona grandes sumas de dinero una y otra vez… Y si me dicen que las cosas no se arreglan con plata, les contesto que Patoruzú lo sabe, y que el hecho de ayudar a los demás es una predisposición muy poco común entre aquellos a los que les sobra el dinero. De allí su mérito.

Del mismo modo, la fuerza del indio no radica en su (casi) invulnerabilidad, sino en su nobleza de corazón y su alegría de vivir. Patoruzú mantuvo su valentía y generosidad aún en total debilidad física, como se ha apreciado en más de una de sus historias. También ha tenido la fuerza espiritual de callar con tal de no perjudicar a alguno de sus semejantes; sufriendo como consecuencia el hostigamiento y la ingratitud ajena, incluso de muchos de los que recibieron sus beneficios. Patoruzú, tan magnánimo como un conocido gladiador cinematográfico, no dudaría en ayudar o salvar a sus peores enemigos si estos atravesasen una situación crítica; es más, elige creerles aún sabiendo que corre el riesgo de que lo estén engañando. Pero él prefiere actuar como su corazón le dicta. En todo caso, la responsabilidad del asunto será del villano de turno. El noble indio, es cierto, a veces se ha enojado, a veces ha sido un poco hostil con sus peores enemigos o ante la traición recibida, a veces ha castigado a sus adversarios. Pero aún así, ha sabido conservar otra de sus grandes virtudes, la de saber perdonar. 

Estos detalles y sentires están en el corazón y en el imaginario de -a esta altura- muchísimas generaciones de argentinos. Pero, claro, para comprenderlos, captarlos en su justa (justiciera, imparcial) medida, es requisito ser o haber sido auténtico lector. Lector no con frialdad, sino con sensibilidad, que también es una forma válida de reflexionar. Ningún profesor de filosofía aceptaría que alguien critique a un pensador destacado sin haberlo leído en profundidad, sin aportar argumentos con el debido sustento. De similar forma, ningún amante de las historietas o historietista puede aceptar que se avasalle a tan noble personaje sin haber leído cálidamente sus grandes andanzas. No es tarea sencilla, se trata de miles y miles de páginas a lo largo de medio siglo. Pero vale la pena (y el placer) tal esfuerzo.


 Luis Alberto Del Pópolo