Garaycochea es uno de nuestros más grandes humoristas gráficos. Artista plástico y docente, Carlos fue también Presidente de la Asociación de Dibujantes Argentinos y fundó hace más de tres décadas su propia Escuela de Dibujo. Trabajó en la radio, la televisión, el cine y el teatro. Actualmente forma parte del Consejo Asesor del Museo del Humor junto a artistas de su misma talla: Quino, Sendra, Mordillo y Sábat.
El siguiente reportaje fue realizado este año por Alba Muñiz para la revista Magna. Como siempre, Garaycochea nos demuestra su inteligencia y sentido del humor, condiciones que inevitablemente van de la mano. Además, la nota es una excelente oportunidad para recorrer su amplia trayectoria y conocer algunos detalles de su proceso creativo. La reproducimos aquí para sumarnos a este importante día. ¡Felicidades,Maestro!
Revista Magna
Carlos Garaycochea: “A través del dibujo
se ve mejor que a través de anteojos”
“Tengo montones de recuerdos, debe ser que me estoy poniendo viejo”, dispara con su hablar pausado y tranquilo. Humorista, dibujante, artista plástico, libretista… A los 86 años, el polifacético creador nos recibió en su escuela de dibujo, minutos antes de comenzar a dar una clase.
Por Alba Muñiz (Revista Magna.com.ar) 2015
Carlos Garaycochea nació en Casbas, una localidad bonaerense que pertenece al partido de Guaminí. Allí vivió sus primeros dos años, antes de mudarse con su familia a la ciudad de Buenos Aires. Y regresó mucho tiempo después para ser homenajeado como hijo dilecto del pueblo.
Tras cursar un año en el Colegio Nacional, se inscribió en la Escuela Nacional de Bellas Artes, de donde egresó en 1949 como profesor de dibujo y pintura.
Creador de recordados personajes como Don Gregorio o Catalina, sus dibujos humorísticos fueron publicados en las revistas El Gráfico, Atlántida, Billiken, Semana Gráfica,TV Guía, Gente, Rico Tipo, Patoruzú y Humor, entre otras, y en los diarios Crítica, El Mundo, La Nación, Crónica y El Cronista Comercial.
En radio, debutó en Municipal y fue parte de ciclos míticos como Rapidísimo y La gallina verde. Humor Redondo, La Tuerca, Los hijos de López, Buenas tardes, mucho gusto y Desayuno, fueron algunos de los programas de televisión en los que intervino.
En los últimos años comenzó a mostrar su prolífica obra de artista plástico, que fue elogiada por críticos de la talla de Rafael Squirru y Rosa Faccaro.
Realizó numerosas exposiciones, tanto para mostrar sus obras de pintor abstracto como las humorísticas. O ambas a la vez, como la exitosa Los dos Garaycochea, que se exhibió en el Palais de Glace y otros lugares.
Entre las muchas distinciones que recibió a lo largo de los años, destacan el Gran Premio de Honor en Radio, que otorga la Sociedad General de Autores de la Argentina (Argentores) y la Mención de Honor Senador Domingo Faustino Sarmiento, que entrega el Senado de la Nación. También fue declarado Ciudadano Ilustre por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de la Ciudad de Buenos Aires.
En estos momentos -entre muchas actividades- hace el chiste de la última página de la publicación de Argentores, integra el Consejo Asesor del Museo del Humor (MU-HU) junto a Quino, Mordillo, Hermenegildo Sábat y Sendra y continúa al frente de su escuela de dibujo.
Hoy nos damos el lujo de que nos cuente su historia y sus pensamientos en primera persona.
A casi tres meses del atentado en la redacción de la revista satírica Charlie Hebdo, ¿qué reflexión le merece lo ocurrido?
Yo insisto en que hay que tener mucho respeto por las ideas de los demás. Y si los demás son asesinos, uno tiene que saberlo de antemano.
¿Hay un límite para el trabajo del humorista?
El límite lo marca la inteligencia de cada uno y el no dejarse llevar por arrebatos equivocados. Además, uno tiene que plantearse siempre que lo que piensa puede ser también una equivocación. No tengo por qué decir que yo tengo la verdad. Yo he aprendido a respetar la de los otros. Y si los otros no me respetan, eso muestra la inferioridad que tienen sobre lo que soy yo. No hay que ofender, porque la ofensa y la violencia son los últimos recursos de un ser humano. Mejor es usar la ironía, que es una manera de decir lo mismo pero sin que el otro se pueda ofender. Ahí entra a jugar la inteligencia.
Usted ha hecho humor en distintos medios. ¿Qué destaca de cada uno?
La radio es más interesante porque sugiere cosas. Yo tiraba una tuerca adentro de una lata y hacía un ruido. Y era consciente de que cada uno que escuchaba interpretaba ese sonido de manera diferente. La televisión, en cambio, muestra. También es interesante porque permite modelar un personaje. Y en cuanto al humor gráfico, yo siempre le digo a los alumnos: si uno hace un dibujo y le pone un texto y lee solo el texto y se ríe, ¿para qué hace el dibujo? Y si mira el dibujo solo y también se ríe, ¿para qué agregarle un texto, si con el dibujo alcanza? Entonces hay que lograr una mezcla de las dos cosas.
¿Cómo ve el humor actual?
Me parece que ahora se hace reír a la gente diciendo barbaridades y eso no es una risa, es una cosa nerviosa. Un tipo que se ríe con una guarangada es alguien que se quiere muy poco. Porque con eso cree que le alcanza. Y no tiene que alcanzar. Yo no sé cómo no surgen cómicos como Juan Verdaguer, por ejemplo, que hagan humor sin ofender.
¿Cómo se está encarando el humor en radio?
Me gusta mucho el programa de Alejandro Dolina porque -sobre todo- hacen una radio improvisada. Sacan situaciones de otras situaciones y es todo muy gracioso y muy respetuoso también.
¿Y los imitadores?
Creo que imitan un personaje o imitan una frase que ha dicho, pero no le buscan situaciones a ese personaje. Imitan muy bien pero lo que dicen no es tan gracioso. Es graciosa la imitación.
¿Es fácil burlarse de los políticos?
Uno se burla más que nada de la situación. Porque los políticos también caen en el ridículo con mucha facilidad. Si uno es observador, casi no tiene que exagerar las situaciones. Una vez dije que muchos políticos entraban en la historia y otros entraban en la historieta. Y a veces no se sabe cuál es la diferencia. Uno ve a algunos políticos y se pregunta de qué habla este tipo, por qué la gente no se acuerda de que hace dos meses decía todo lo contrario.
¿Qué historietistas le gustan?
Quino, que además es vecino mío, es un fenómeno reconocido en todos lados. Mordillo, Tabaré, lo que hacían Fontanarrosa y Caloi. Hay muchos.
¿Y de las nuevas generaciones?
Hay un tipo de humor medio extraño últimamente, con el que no estoy muy de acuerdo. No me quiero pelear con los jóvenes, pero creo que el dibujo tiene que ser dibujo e idea. Si está el dibujo solo y no hay una idea, yo me quedo como con la cáscara de la cebolla. El humor que se usa ahora es muy surrealista, parece hecho por Kafka. No me causa gracia. Pero por ahí soy yo que no he entrado en esa sintonía. Porque una tira -que es una cosa muy escueta- tiene una situación, un desarrollo y un fin. Si yo no me río con el fin es una cosa por la mitad, continuará…
¿Cuándo se dio cuenta de su vocación?
Yo me la pasaba dibujando todo el día, desde chico. Entonces, un tío recomendó que fuera a Bellas Artes y ahí cambió mi vida. Tuve grandes maestros y conocí alumnos que después fueron grandes artistas, como Antonio Pujía y Carlos Norberto Filevich.
¿Podemos decir, entonces, que antes que el humorista surgió el artista plástico en usted?
Es así. Me volqué al dibujo humorístico cuando descubrí a Saul Steinberg y su libro Todo en líneas. Fue un tipo que marcó un hito y revolucionó el humor y el dibujo.
¿Y qué me cuenta del Garaycochea profesor?
Enseñar es una cosa que he hecho toda mi vida y que me encanta. Pienso que algún día alguien se acordará de mí como profesor. Yo trato que los alumnos se enamoren del dibujo porque es una forma de ver la vida. A través del dibujo se ve mejor que a través de anteojos.
¿Qué pintores lo conmueven?
Cuando uno es estudiante y se encuentra con un Rembrandt, o un Velázquez, los mira con gran respeto. Pasan los años y uno va tomando otras experiencias de nuevas técnicas y de nuevas escuelas pero siempre vuelve a los tipos que son buenos en serio. Se vuelve a Rembrandt. Se vuelve a Velázquez. Nosotros tenemos acá en el Museo de Bellas Artes un retrato de la hermana de Rembrandt que es como para entrar, quedarse mirando ese cuadro y salir, no ver nada más. Algunos artistas son privilegiados que le dan a la humanidad una vista que se acerca más a lo sagrado.
Pero otros artistas habrán llamado su atención…
En una época me había agarrado un metejón con Alfred Manessier. Había conseguido una lámina pequeña y me había conmocionado de tal manera que me preguntaba por qué no encontraba otros cuadros de él. Un día que iba para el cine con mi mujer, paso por una librería y veo un libro grande que decía Manessier y tenía todas sus obras. Ni pregunté cuánto costaba. Me lo compré y fui al cine. Pero me la pasé mirando el libro dentro de la sala porque no podía esperar. Así que cada vez que en la película era de día o había una explosión, yo miraba las láminas. Cuando salí del cine, mi mujer había visto una película y yo había visto a un gran maestro de la pintura.
Cuénteme un poco de las obras abstractas de un tal Garaycochea.
A mí me interesó mucho, en una época, el organismo que tenemos nosotros. Si uno toma una gota de sangre y la amplía 10 mil veces es un cuadro abstracto fenomenal. Y además tiene la importancia de que es una gota de sangre, que es lo que nos permite vivir. Entonces, compré un libro de microfotografías e, inspirado en eso, hice una serie de trabajos que fueron como un homenaje al fantástico mundo que tenemos en nuestro interior. Así aprendí a quererme más y a no entender por qué un tipo por una pelea absurda le pega un tiro a otro y lo que ha destrozado es casi un universo.
Pero la cosa no terminó allí…
No. Empecé a hacer manchas sobre las páginas de los diarios de una manera absolutamente irracional. Hacía 40 manchas, por ejemplo, en 40 hojas de diario. Y después, igual que Miró, esperaba a ver cuál me llamaba como para que le ponga qué cosa. Y resultaba una mezcla de algo hecho a gran velocidad y también muy pensado. Después realicé una serie de cuadros que hablan del equilibrio de las formas. Cuando las cosas tienen síntesis y equilibrio se están acercando más a la verdad. Y luego llegaron lo que una sobrina mía llamó cilindrines, elaborados con uno de los objetos que más se tira: el tubito del papel higiénico o del rollo de cocina. Y bueno, experimento. Picasso hacía un estilo y lo agotaba y saltaba a otra cosa. Yo hago lo mismo.
¿Y ahora qué está haciendo?
Estoy en un impasse porque son muchos años y quisiera seguir encontrando cosas que valgan la pena. Uno ve que Miró ponía dos rayas y un punto y era un cuadro. Pero hay que ver cómo los ponía. Me gustaría llegar a eso. Alguna vez en un reportaje dije algo que es una barbaridad pero no importa. Dije que me gustaría en una superficie colocar un punto y que ese punto me dé idea del universo.
Hay que buscar el punto ese, ¿no?
La pintura es una cosa como mágica. Siempre se puede hacer otra cosa. Lo que pasa es que hay que sentirla. Esa es la única verdad.
Un astrólogo diría que usted es un buen representante de su signo, al observar las distintas facetas artísticas en las que se destaca.
Géminis es los mellizos y yo tengo dos personalidades o más. Pero curiosamente me llevo bien con todas. Cada vez que nos reunimos todos juntos nos llevamos bien. Y todos pensamos que hay un mañana y qué vamos a hacer mañana. Nos gusta que haya un mañana.
Tras cursar un año en el Colegio Nacional, se inscribió en la Escuela Nacional de Bellas Artes, de donde egresó en 1949 como profesor de dibujo y pintura.
Creador de recordados personajes como Don Gregorio o Catalina, sus dibujos humorísticos fueron publicados en las revistas El Gráfico, Atlántida, Billiken, Semana Gráfica,TV Guía, Gente, Rico Tipo, Patoruzú y Humor, entre otras, y en los diarios Crítica, El Mundo, La Nación, Crónica y El Cronista Comercial.
En radio, debutó en Municipal y fue parte de ciclos míticos como Rapidísimo y La gallina verde. Humor Redondo, La Tuerca, Los hijos de López, Buenas tardes, mucho gusto y Desayuno, fueron algunos de los programas de televisión en los que intervino.
En los últimos años comenzó a mostrar su prolífica obra de artista plástico, que fue elogiada por críticos de la talla de Rafael Squirru y Rosa Faccaro.
Realizó numerosas exposiciones, tanto para mostrar sus obras de pintor abstracto como las humorísticas. O ambas a la vez, como la exitosa Los dos Garaycochea, que se exhibió en el Palais de Glace y otros lugares.
Entre las muchas distinciones que recibió a lo largo de los años, destacan el Gran Premio de Honor en Radio, que otorga la Sociedad General de Autores de la Argentina (Argentores) y la Mención de Honor Senador Domingo Faustino Sarmiento, que entrega el Senado de la Nación. También fue declarado Ciudadano Ilustre por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de la Ciudad de Buenos Aires.
En estos momentos -entre muchas actividades- hace el chiste de la última página de la publicación de Argentores, integra el Consejo Asesor del Museo del Humor (MU-HU) junto a Quino, Mordillo, Hermenegildo Sábat y Sendra y continúa al frente de su escuela de dibujo.
Hoy nos damos el lujo de que nos cuente su historia y sus pensamientos en primera persona.
A casi tres meses del atentado en la redacción de la revista satírica Charlie Hebdo, ¿qué reflexión le merece lo ocurrido?
Yo insisto en que hay que tener mucho respeto por las ideas de los demás. Y si los demás son asesinos, uno tiene que saberlo de antemano.
¿Hay un límite para el trabajo del humorista?
El límite lo marca la inteligencia de cada uno y el no dejarse llevar por arrebatos equivocados. Además, uno tiene que plantearse siempre que lo que piensa puede ser también una equivocación. No tengo por qué decir que yo tengo la verdad. Yo he aprendido a respetar la de los otros. Y si los otros no me respetan, eso muestra la inferioridad que tienen sobre lo que soy yo. No hay que ofender, porque la ofensa y la violencia son los últimos recursos de un ser humano. Mejor es usar la ironía, que es una manera de decir lo mismo pero sin que el otro se pueda ofender. Ahí entra a jugar la inteligencia.
Usted ha hecho humor en distintos medios. ¿Qué destaca de cada uno?
La radio es más interesante porque sugiere cosas. Yo tiraba una tuerca adentro de una lata y hacía un ruido. Y era consciente de que cada uno que escuchaba interpretaba ese sonido de manera diferente. La televisión, en cambio, muestra. También es interesante porque permite modelar un personaje. Y en cuanto al humor gráfico, yo siempre le digo a los alumnos: si uno hace un dibujo y le pone un texto y lee solo el texto y se ríe, ¿para qué hace el dibujo? Y si mira el dibujo solo y también se ríe, ¿para qué agregarle un texto, si con el dibujo alcanza? Entonces hay que lograr una mezcla de las dos cosas.
¿Cómo ve el humor actual?
Me parece que ahora se hace reír a la gente diciendo barbaridades y eso no es una risa, es una cosa nerviosa. Un tipo que se ríe con una guarangada es alguien que se quiere muy poco. Porque con eso cree que le alcanza. Y no tiene que alcanzar. Yo no sé cómo no surgen cómicos como Juan Verdaguer, por ejemplo, que hagan humor sin ofender.
¿Cómo se está encarando el humor en radio?
Me gusta mucho el programa de Alejandro Dolina porque -sobre todo- hacen una radio improvisada. Sacan situaciones de otras situaciones y es todo muy gracioso y muy respetuoso también.
¿Y los imitadores?
Creo que imitan un personaje o imitan una frase que ha dicho, pero no le buscan situaciones a ese personaje. Imitan muy bien pero lo que dicen no es tan gracioso. Es graciosa la imitación.
¿Es fácil burlarse de los políticos?
Uno se burla más que nada de la situación. Porque los políticos también caen en el ridículo con mucha facilidad. Si uno es observador, casi no tiene que exagerar las situaciones. Una vez dije que muchos políticos entraban en la historia y otros entraban en la historieta. Y a veces no se sabe cuál es la diferencia. Uno ve a algunos políticos y se pregunta de qué habla este tipo, por qué la gente no se acuerda de que hace dos meses decía todo lo contrario.
¿Qué historietistas le gustan?
Quino, que además es vecino mío, es un fenómeno reconocido en todos lados. Mordillo, Tabaré, lo que hacían Fontanarrosa y Caloi. Hay muchos.
¿Y de las nuevas generaciones?
Hay un tipo de humor medio extraño últimamente, con el que no estoy muy de acuerdo. No me quiero pelear con los jóvenes, pero creo que el dibujo tiene que ser dibujo e idea. Si está el dibujo solo y no hay una idea, yo me quedo como con la cáscara de la cebolla. El humor que se usa ahora es muy surrealista, parece hecho por Kafka. No me causa gracia. Pero por ahí soy yo que no he entrado en esa sintonía. Porque una tira -que es una cosa muy escueta- tiene una situación, un desarrollo y un fin. Si yo no me río con el fin es una cosa por la mitad, continuará…
¿Cuándo se dio cuenta de su vocación?
Yo me la pasaba dibujando todo el día, desde chico. Entonces, un tío recomendó que fuera a Bellas Artes y ahí cambió mi vida. Tuve grandes maestros y conocí alumnos que después fueron grandes artistas, como Antonio Pujía y Carlos Norberto Filevich.
¿Podemos decir, entonces, que antes que el humorista surgió el artista plástico en usted?
Es así. Me volqué al dibujo humorístico cuando descubrí a Saul Steinberg y su libro Todo en líneas. Fue un tipo que marcó un hito y revolucionó el humor y el dibujo.
¿Y qué me cuenta del Garaycochea profesor?
Enseñar es una cosa que he hecho toda mi vida y que me encanta. Pienso que algún día alguien se acordará de mí como profesor. Yo trato que los alumnos se enamoren del dibujo porque es una forma de ver la vida. A través del dibujo se ve mejor que a través de anteojos.
¿Qué pintores lo conmueven?
Cuando uno es estudiante y se encuentra con un Rembrandt, o un Velázquez, los mira con gran respeto. Pasan los años y uno va tomando otras experiencias de nuevas técnicas y de nuevas escuelas pero siempre vuelve a los tipos que son buenos en serio. Se vuelve a Rembrandt. Se vuelve a Velázquez. Nosotros tenemos acá en el Museo de Bellas Artes un retrato de la hermana de Rembrandt que es como para entrar, quedarse mirando ese cuadro y salir, no ver nada más. Algunos artistas son privilegiados que le dan a la humanidad una vista que se acerca más a lo sagrado.
Pero otros artistas habrán llamado su atención…
En una época me había agarrado un metejón con Alfred Manessier. Había conseguido una lámina pequeña y me había conmocionado de tal manera que me preguntaba por qué no encontraba otros cuadros de él. Un día que iba para el cine con mi mujer, paso por una librería y veo un libro grande que decía Manessier y tenía todas sus obras. Ni pregunté cuánto costaba. Me lo compré y fui al cine. Pero me la pasé mirando el libro dentro de la sala porque no podía esperar. Así que cada vez que en la película era de día o había una explosión, yo miraba las láminas. Cuando salí del cine, mi mujer había visto una película y yo había visto a un gran maestro de la pintura.
Cuénteme un poco de las obras abstractas de un tal Garaycochea.
A mí me interesó mucho, en una época, el organismo que tenemos nosotros. Si uno toma una gota de sangre y la amplía 10 mil veces es un cuadro abstracto fenomenal. Y además tiene la importancia de que es una gota de sangre, que es lo que nos permite vivir. Entonces, compré un libro de microfotografías e, inspirado en eso, hice una serie de trabajos que fueron como un homenaje al fantástico mundo que tenemos en nuestro interior. Así aprendí a quererme más y a no entender por qué un tipo por una pelea absurda le pega un tiro a otro y lo que ha destrozado es casi un universo.
Pero la cosa no terminó allí…
No. Empecé a hacer manchas sobre las páginas de los diarios de una manera absolutamente irracional. Hacía 40 manchas, por ejemplo, en 40 hojas de diario. Y después, igual que Miró, esperaba a ver cuál me llamaba como para que le ponga qué cosa. Y resultaba una mezcla de algo hecho a gran velocidad y también muy pensado. Después realicé una serie de cuadros que hablan del equilibrio de las formas. Cuando las cosas tienen síntesis y equilibrio se están acercando más a la verdad. Y luego llegaron lo que una sobrina mía llamó cilindrines, elaborados con uno de los objetos que más se tira: el tubito del papel higiénico o del rollo de cocina. Y bueno, experimento. Picasso hacía un estilo y lo agotaba y saltaba a otra cosa. Yo hago lo mismo.
¿Y ahora qué está haciendo?
Estoy en un impasse porque son muchos años y quisiera seguir encontrando cosas que valgan la pena. Uno ve que Miró ponía dos rayas y un punto y era un cuadro. Pero hay que ver cómo los ponía. Me gustaría llegar a eso. Alguna vez en un reportaje dije algo que es una barbaridad pero no importa. Dije que me gustaría en una superficie colocar un punto y que ese punto me dé idea del universo.
Hay que buscar el punto ese, ¿no?
La pintura es una cosa como mágica. Siempre se puede hacer otra cosa. Lo que pasa es que hay que sentirla. Esa es la única verdad.
Un astrólogo diría que usted es un buen representante de su signo, al observar las distintas facetas artísticas en las que se destaca.
Géminis es los mellizos y yo tengo dos personalidades o más. Pero curiosamente me llevo bien con todas. Cada vez que nos reunimos todos juntos nos llevamos bien. Y todos pensamos que hay un mañana y qué vamos a hacer mañana. Nos gusta que haya un mañana.
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